martes, 22 de marzo de 2016

Cuento para Adolescentes: El Guerrero que no llegó para quedarse

Fotografía: Sara Zambrano PhotoStudio
Hace mucho tiempo en un país no muy lejano, vivía una princesa china, nació con el don de encantar el alma de todo aquel que osara mirarla. Su belleza era perfecta: ni tan bella como para opacar a otras sino más bien tan discreta que al observarla en lugar de  empalagar, reconfortaba el espíritu. Eran tiempos tibios en aquellos meses, el otoño poco a poco cedía paso a días más fríos y mientras el paisaje cambiaba a días grises, el aya adaptaba los atuendos de la pequeña a los días venideros, la mamá de la princesa esperaba inquieta…
Años atrás, había llegado a sus oídos la leyenda de un guerrero de fama confusa que recorría solitario campos y ciudades. Creía recordar que alguien le había hablado él como el mejor de los caballeros e incluso en alguno de sus sueños creía haberse enamorado un poco sin conocerlo y sin embargo, a alguna parte de ella le intimidaba; recordaba haber escuchado a su tía y a su madre comentando “Dicen que se roba el espíritu de quienes se atreven a acercarse, por eso está solo y condenado a vagar por el mundo acompañado del espíritu de su guardiana, una doncella extranjera”. La noche anterior, un ángel se le presentó en sueños y le susurró al oído “El guerrero está cerca, ha escuchado hablar del don de tu hija y viene a enfrentarla pero tu hija vencerá” y sin decir otra cosa se marchó, diluyéndose entre la oscuridad, tal como había llegado.
La mamá de la princesita retorcía, deshacía, repetía las palabras del ángel para poder entenderlas mejor y, sin poder hacerlo, cada día su inquietud era más intensa.
El ángel empezó a aparecer en sus sueños “El guerrero está cerca”, le decía y así lo hizo durante 14 días. El día número 15 el ángel se le apareció esta vez montado en un rayo de luz del medio día “El guerrero ha llegado pero, recuerda, esta no es tu guerra”.
¿Guerra? ¿Quién había hablado de guerra?  La princesa era una niña, ¿cómo podía librar una guerra? El espíritu de mi hija es fuerte – pensó – le prestaré mi cuerpo para la batalla. Y con la valentía que sólo tienen las madres, arregló un pequeño zurrón con lo indispensable para la pequeña para emprender juntas el camino para buscar al tan anunciado caballero. Mientras iba pensando en qué harían cuando lo tuviesen delante (¡a lo mejor se cruzaban con él en medio del camino sin saber, a lo mejor hasta podían huir para no enfrentarlo!), una sombra las cubrió por completo. Por instinto tomó a la niña en brazos para protegerla y levantó la cabeza; de pie frente a ella encontró a un hombre que le sonreía y lo reconoció, al verlo entendió que la princesa no corría peligro porque ella era más fuerte que él y recordando las palabras del ángel “El guerrero ha llegado pero esta no es tu guerra”, sin decir una palabra, le dio un beso a la pequeña en sus regordetas mejillas y se apartó.
Con curiosidad el caballero se agachó a observar a la niña, había escuchado tanto de la famosa princesa china, del don de encantar las almas de quienes se detuvieran a mirarla, un don tan parecido al suyo propio que le había generado curiosidad, ni él mismo sabía qué haría al encontrarla: ¿intentaría enfrentarla? ¿anularla? ¿vencerla? Pero nada tuvo que hacer pues de repente vio a la niña sentarse en el suelo curiosa a jugar con las piedritas de colores del camino totalmente ajena a lo que a su alrededor sucedía.
A la madre que observaba de lejos, de pronto, le angustió una duda, la dureza en la mirada del guerrero podía sofocar el don de la princesa y le dolió intensamente el daño que pudiera sufrir. A punto estaba de salir del escondite cuando, con gran sorpresa, vio al guerrero caer de rodillas frente a la gentil princesita que, sin entender lo que pasaba solamente le sonreía. ¡Qué has hecho – musitó – te has acercado a mí, más de lo que permito a nadie y aún sin tocarme has logrado arrancarme el corazón! Temiendo lo peor, la madre de la niña salió de su anonimato y acercándose por detrás del guerrero, intentó apartarlo de su hija pero el caballero era tan fuerte que ni siquiera se percató de la presencia de la madre y con un movimiento que ni siquiera él notó, la lanzó lejos.
Ya sin corazón, el guerrero buscó la ayuda del espíritu que lo acompañaba. Llévame -le pidió- lo más lejos posible, donde nadie jamás se entere de lo que ha sucedido y dirigiéndose a la pequeña, invadido por un intenso dolor en el lugar donde antes estuvo su corazón, logró balbucear: “Devuelve mi corazón cuando no lo necesites más” y herido, partió, en brazos de su guardiana a un lugar donde ya nadie supo encontrarlo.
Recuperada del golpe, la madre se levantó, abrazó a su pequeña sin tener muy claro lo que había sucedido, todo había pasado delante sus ojos con una rapidez insólita. Cobijó a la niña y al emprender el camino de regreso a palacio se dio cuenta que flotaba en el aire, sus pies no lograban tocar el suelo al caminar, estaba más ligera. El caballero sin saberlo siquiera, había robado su espíritu.
Sin espíritu ya, sintió ganas de llorar pero recordó que sin espíritu no se puede llorar, sin embargo, una última lágrima que había quedado almacenada en sus ojos rodó por su mejilla, la princesita al ver a su madre llorando le preguntó qué le pasaba “Me he quedado sin espíritu”, le contestó.
Al ver a su mamá tan triste, la niña abrió su manito y, ¡oh sorpresa!, ante los ojos perplejos de la madre y con mucha delicadeza, colocó el corazón del guerrero en el lugar en donde todas las mamás guardan el espíritu.
Y colorín colorado….


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