Fotografía: Sara Zambrano PhotoStudio |
Años atrás, había llegado a sus
oídos la leyenda de un guerrero de fama confusa que recorría solitario campos y
ciudades. Creía recordar que alguien le había hablado él como el mejor de los
caballeros e incluso en alguno de sus sueños creía haberse enamorado un poco
sin conocerlo y sin embargo, a alguna parte de ella le intimidaba; recordaba
haber escuchado a su tía y a su madre comentando “Dicen que se roba el espíritu de quienes se atreven a acercarse, por
eso está solo y condenado a vagar por el mundo acompañado del espíritu de su
guardiana, una doncella extranjera”. La noche anterior, un ángel se le
presentó en sueños y le susurró al oído “El
guerrero está cerca, ha escuchado hablar del don de tu hija y viene a
enfrentarla pero tu hija vencerá” y sin decir otra cosa se marchó, diluyéndose
entre la oscuridad, tal como había llegado.
La mamá de la princesita
retorcía, deshacía, repetía las palabras del ángel para poder entenderlas mejor
y, sin poder hacerlo, cada día su inquietud era más intensa.
El ángel empezó a aparecer en sus
sueños “El guerrero está cerca”, le
decía y así lo hizo durante 14 días. El día número 15 el ángel se le apareció esta
vez montado en un rayo de luz del medio día “El guerrero ha llegado pero, recuerda, esta no es tu guerra”.
¿Guerra? ¿Quién había hablado de
guerra? La princesa era una niña, ¿cómo
podía librar una guerra? El espíritu de mi hija es fuerte – pensó – le prestaré
mi cuerpo para la batalla. Y con la valentía que sólo tienen las madres,
arregló un pequeño zurrón con lo indispensable para la pequeña para emprender
juntas el camino para buscar al tan anunciado caballero. Mientras iba pensando
en qué harían cuando lo tuviesen delante (¡a lo mejor se cruzaban con él en
medio del camino sin saber, a lo mejor hasta podían huir para no enfrentarlo!),
una sombra las cubrió por completo. Por instinto tomó a la niña en brazos para
protegerla y levantó la cabeza; de pie frente a ella encontró a un hombre que
le sonreía y lo reconoció, al verlo entendió que la princesa no corría peligro
porque ella era más fuerte que él y recordando las palabras del ángel “El guerrero ha llegado pero esta no es tu
guerra”, sin decir una palabra, le dio un beso a la pequeña en sus regordetas
mejillas y se apartó.
Con curiosidad el caballero se agachó
a observar a la niña, había escuchado tanto de la famosa princesa china, del
don de encantar las almas de quienes se detuvieran a mirarla, un don tan
parecido al suyo propio que le había generado curiosidad, ni él mismo sabía qué
haría al encontrarla: ¿intentaría enfrentarla? ¿anularla? ¿vencerla? Pero nada
tuvo que hacer pues de repente vio a la niña sentarse en el suelo curiosa a
jugar con las piedritas de colores del camino totalmente ajena a lo que a su
alrededor sucedía.
A la madre que observaba de lejos,
de pronto, le angustió una duda, la dureza en la mirada del guerrero podía
sofocar el don de la princesa y le dolió intensamente el daño que pudiera
sufrir. A punto estaba de salir del escondite cuando, con gran sorpresa, vio al
guerrero caer de rodillas frente a la gentil princesita que, sin entender lo
que pasaba solamente le sonreía. ¡Qué has hecho – musitó – te has acercado a mí,
más de lo que permito a nadie y aún sin tocarme has logrado arrancarme el
corazón! Temiendo lo peor, la madre de la niña salió de su anonimato y
acercándose por detrás del guerrero, intentó apartarlo de su hija pero el
caballero era tan fuerte que ni siquiera se percató de la presencia de la madre
y con un movimiento que ni siquiera él notó, la lanzó lejos.
Ya sin corazón, el guerrero buscó
la ayuda del espíritu que lo acompañaba. Llévame -le pidió- lo más lejos
posible, donde nadie jamás se entere de lo que ha sucedido y dirigiéndose a la
pequeña, invadido por un intenso dolor en el lugar donde antes estuvo su
corazón, logró balbucear: “Devuelve mi
corazón cuando no lo necesites más” y herido, partió, en brazos de su
guardiana a un lugar donde ya nadie supo encontrarlo.
Recuperada del golpe, la madre se
levantó, abrazó a su pequeña sin tener muy claro lo que había sucedido, todo
había pasado delante sus ojos con una rapidez insólita. Cobijó a la niña y al
emprender el camino de regreso a palacio se dio cuenta que flotaba en el aire,
sus pies no lograban tocar el suelo al caminar, estaba más ligera. El caballero
sin saberlo siquiera, había robado su espíritu.
Sin espíritu ya, sintió ganas de
llorar pero recordó que sin espíritu no se puede llorar, sin embargo, una
última lágrima que había quedado almacenada en sus ojos rodó por su mejilla, la
princesita al ver a su madre llorando le preguntó qué le pasaba “Me he quedado sin espíritu”, le contestó.
Al ver a su mamá tan triste, la
niña abrió su manito y, ¡oh sorpresa!, ante los ojos perplejos de la madre y
con mucha delicadeza, colocó el corazón del guerrero en el lugar en donde todas
las mamás guardan el espíritu.
Y colorín colorado….
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